Discursos interrumpidos I by Walter Benjamin

Discursos interrumpidos I by Walter Benjamin

autor:Walter Benjamin [Benjamin, Walter]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 1972-01-01T05:00:00+00:00


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El pathos que atraviesa la concepción de la historia de Fuchs es el pathos democrático de 1830. Eco del mismo fue el orador Victor Hugo. Y eco del eco son aquellos libros en los que Hugo como orador habla para la posteridad. La concepción de la historia de Fuchs es la que Hugo saluda en William Shakespeare: «El progreso es el paso del mismísimo Dios». Y el sufragio universal aparece como un reloj universal que mide el tiempo de esos pasos. «Qui vote, régne», ha escrito Victor Hugo, implantando así las tablas de la ley del optimismo democrático. El cual incluso más tarde ha madurado ensoñaciones más que singulares. Una de ellas fantaseaba del modo siguiente: que «todos los trabajadores en lo espiritual deben en cuanto proletarios ser considerados personas de alto nivel tanto material como social». Puesto que «es un hecho innegable que, desde el flatulento cortesano en su uniforme recargado de oros hasta el asalariado sin resuello, todos los que ofrecen sus servicios por dinero… son víctimas indefensas del capitalismo[70]». Las tablas que implantara Victor Hugo pesan todavía sobre la obra de Fuchs. Por cierto que Fuchs permanece en la tradición democrática al apegarse a Francia con una especial predilección: al suelo en el que germinaron tres grandes revoluciones, al hogar de los exiliados, al origen del socialismo utópico, a la patria de Quinet y Michelet, que tanto odiaron la tiranía, a la tierra que cobija a los «communards». Así vivió en Marx y en Engels la imagen de Francia, así es como pasó a Mehring, y así se le aparecía a Fuchs ese país, como «la vanguardia de la libertad y la cultura[71]». Fuchs compara la chanza alada de los franceses con la plúmbea de los alemanes; compara a Heine con los que en su tiempo se quedaron en casa; compara el naturalismo alemán con las novelas satíricas francesas. Y de este modo, igual que Mehring, aboca en pronósticos plausibles, muy especialmente en el caso de Gerhart Hauptmann[72].

También para el coleccionista Fuchs es Francia una patria. A la figura del coleccionista, que con el tiempo aparece cada vez más atractiva, no se le ha dado todavía lo suyo. Nada nos impide creer que ninguna otra hubiese podido deparar ante los narradores románticos un aspecto más seductor. Pero en vano buscaremos entre los figurines de Hoffmann, de Quincey o de Nerval a este tipo al que mueven pasiones peligrosas, si bien domesticadas. Son románticas las figuras del viajante, del «flâneur», del jugador, del virtuoso. Pero falta la del coleccionista. Y es inútil buscarla en las «Fisiologías» que, desde el buhonero hasta el lobo de salón, no han dejado escapar una sola figura del panóptico parisino bajo Luis Felipe. Tanto más importante resulta entonces el puesto que el coleccionista ocupa en Balzac. Balzac le ha erigido un monumento que en absoluto tiene un sentido romántico. Claro que desde siempre fue extraño al romanticismo. Pero también es verdad que hay pocos pasajes de su obra en los que la postura antirrománica se legitime tan sorprendentemente como en el boceto del Cousin Pons.



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